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domingo, 1 de julio de 2012

Orgullo patrio


Esta noche la selección nacional juega la final de la Eurocopa de fútbol. Se supone que parte favorita, porque es la actual campeona del Mundo y porque ya ganó la anterior Eurocopa.
La marea de aficionados que se vuelcan con su selección hoy se hace notable. La gente aprovecha para cubrirse con los colores de la bandera y hacer alarde de orgullo patrio. Hoy es el día indicado para los cánticos patrióticos, para sentirse orgulloso de ser de un país y celebrar el hecho de haber salido por la vagina de tu madre en un emplazamiento geográfico determinado. No es lo mismo salir de su acogedor útero estando en un hospital español, que en uno sueco, ugandés, nepalí o canadiense. No es lo mismo. Ser español es mejor. Somos de otra casta.

Que yo no entienda muy bien porqué hay que estar tan orgulloso de pertenecer a un país en el que estamos perdiendo los derechos y los privilegios adquiridos, no significa en absoluto que tenga la razón. Si hay un gran número de conciudadanos que se sienten orgullosos de vivir en un país con un clima privilegiado, con unas costas envidiables, una gastronomía elogiada y una variedad cultural riquísima, yo no soy quien para ir contracorriente o pensar que están equivocados.
Si defiendo la tesis de que el clima no es mérito de los españoles, las playas están sucias, la gastronomía que importamos es elitista, ya que los propios ciudadanos sucumbimos a la comida rápida o que la variedad cultural hace que estemos enfrentados los unos a los otros, pues debe ser que soy una persona rebuscada y retorcida.
Tanto que no comprendo cómo la gente puede estar orgullosa de que en las costumbres más arraigadas predomine el maltrato animal.

Sí que comprendo que la gente sienta apego por sus propias raíces, su cultura y defienda lo que es suyo. No es que rechace el patriotismo. Entiendo el patriotismo cuando defiendes unos valores y proteges lo que consideras inalienable para el sustento de una sociedad.
Cuando día tras día se hacen públicos más casos de corrupción, más recortes “necesarios”, rescates económicos, pensiones vitalicias para altos cargos, derroche de dinero público, sobresueldos escandalosos, cargos autoproclamados, imposiciones sociales, recortes de derechos, cierre de hospitales, copago sanitario, aumento del índice de desempleo, pérdida de derechos laborales, desahucios injustos, censura informativa…
De verdad: la final de fútbol es el menor de nuestros problemas.
No es que quiera que España quiera que gane o pierda la final contra Italia: es que me da absolutamente igual. No es el momento de mirar hacia la pelotita, símbolo absoluto de lo hipnotizada que está la gente, sino de luchar por recuperar lo que nos han quitado: lo que nos están quitando y lo que nos quitarán.
No es que sea antiespañol, ni mucho menos. Simplemente soy un patriota forjado de otra manera: para mi el patriotismo es velar por la igualdad de todos los ciudadanos; es vigilar el acceso a una educación pública de calidad y a la que todo el mundo tenga acceso. Es saber que ningún compatriota se va a ver jamás en la tesitura de tener que aceptar su propia muerte por no tener recursos económicos para costearse un tratamiento. Yo, y todos, trabajamos precisamente para tener eso. No me importa que me quiten un poco más de mis impuestos si con eso me aseguro de tener cubiertas las necesidades básicas de una sociedad. Y el que quiera caprichos, que se los pague. Que todos tenemos caprichos.
Cubrir mi torso con una bandera no me parece que sea patriota.
¿Que si voy a ver la final?
En principio, creo que sí. No tengo otros planes, de modo que con mucho gusto veré la final. Últimamente el fútbol me tiene muy desencantado y el juego de la selección española no me resulta demasiado atractivo, aunque sí da resultados. La liga me aburre porque se ha convertido en un juego de dos y carece completamente de atractivo… Pero la final de la Eurocopa, pues hay que verla. Una cosa no quita la otra.

Además, yo tengo trabajo, casa, coche, plaza en el colegio para mi hija y puedo permitirme algún que otro capricho. Que dure más o menos, depende de todos.
Seguro que a muchos no les gusta la frase anterior, pero en vez de poner solución a lo que ya no tienen, volcarán su ira contra mí por decir lo que hay. Más de cinco millones de parados celebrando una (posible) victoria sería algo de lo que estar muy orgulloso, siempre y cuando al día siguiente salgan a la calle para exigir y defender sus derechos.
Sino, es que somos imbéciles y lo que realmente necesitamos no es un rescate económico, sino sociocultural.

Hay algo que deberíamos empezar a comprender de una vez por todas:
Ser de izquierdas o de derechas implica un fin común, pero recorriendo distintos caminos. Todos queremos que las cosas nos vayan mejor.