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sábado, 5 de mayo de 2012

Barrenderos


Volviendo hace un momento del trabajo, al desviarme de la autovía hacia mi casa por la salida de costumbre, he visto, como cada mañana que me toca volver del turno de noche, al camión de la basura. Aparcado en doble fila, con las luces de emergencia activadas y los empleados desayunando. El mismo sitio. La misma hora. Me parece estupendo. Diría que es muy saludable empezar el día con un buen desayuno, pero me da a mi que lo que hacen es dar la bienvenida al fin de su jornada. Como yo, pero llenando el buche en vez de escribir (si se tercia, que no todos los días tiene uno el cerebelo para calambres) El caso es que me ha venido, de repente, la voz del maestro echándome el puro por no estudiar. No ha sido una voz concreta, ni un momento en el tiempo que pueda ubicar con exactitud, porque de hecho diría que no ha sido un recuerdo, sino un pensamiento forzado por la situación. Probablemente primero ha sido todo un proceso mental reducido a una fracción de segundo y que se ha transformado en esa imagen a modo de resumen audiovisual.

Ha sido una fracción de segundo cargada de la más burlesca de las ironías. La de veces que los barrenderos habrán sido puestos como ejemplo de lo que nadie quiere ser en la vida y lo envidiados que podrían llegar a ser ahora mismo para una gran cantidad de personas en este país. Hay que joderse. Con perdón.
Pánico hemos sentido de niños cuando el profesor o nuestros padres nos decían aquello de “¿Es que quieres ser un barrendero? Pues si no estudias, no vas a ser mas que eso”.
Infinitas veces me imaginé a mi mismo disfrazado con un mono reflectante amarillo que me quedaba enorme porque no había tallas para niños que no querían estudiar, paralizado ante mi “yo” adulto, que posaba en mí una mirada inquisidora y llena de reproche. Me pregunta, sin articular palabra, cómo pude permitir que ambos llegásemos a ese punto. Una ligera negativa de mi adulta cabeza con la mirada aún fija, me deja claro que no hay nada peor que decepcionarse a uno mismo.

Y ahora, unas cuantas noches de fiesta después, resulta que no sólo conseguí poder aspirar a algo “mejor”  (las comillas profesan respeto), sino que algunos de los que jamás pensaron que pudiesen temer algo así, darían lo que fuera por tener ese trabajo. Tanto estudiar carreras, masters y módulos para envidiar la sencillez del que dobla el espinazo y se gana el pan con sus manos. Atrás quedó aquel famoso “Si no estudias, no serás nadie”. Ahora se ha transformado en un “Se alguien y ten la suerte de encontrar un buen trabajo”. ¿Estudiar? Diría, más bien, adquirir conocimientos. Hay una sutil diferencia y es que una implica un esfuerzo asociado a la privación. El otro, conlleva placer.
Y esto me lleva a reproducir mentalmente el fantástico diálogo de una maravillosa película:

- Lo más triste de todo es que dentro de cincuenta años empezarás a pensar por ti mismo, y te darás cuenta de que sólo hay dos verdades en la vida: uno, que los pedantes sobran, y dos, que has tirado 100.000 pavos en una puta educación que te habría costado un par de dólares por los retrasos en la biblioteca pública.
- Sí, pero yo tendré un título, y tú servirás patatas fritas a mis hijos cuando paremos a comer algo antes de ir a esquiar.
- Es posible, pero yo seré una persona de verdad.
                                                                                              El indomable Will Hunting.

Estudiar o no estudiar. Esa es la cuestión. Lo que nadie se para a pensar es en la finalidad del estudio. ¿Estudiamos para ser más competitivos, para ser mejores seres humanos o para cobrar más dinero? ¿Por qué tenemos que decidir el resto de nuestra vida cuando no tenemos autonomía ni para lavarnos la cara por las mañanas?
 Al final resulta que da igual que hayas estudiado en su momento o lo hagas ahora por placer. En ambos casos la conclusión lógica es la frustración. Los que estudiaron y no tienen trabajo, porque probablemente se arrepienten de haber elegido un camino que a la postre ha resultado el más trillado y, los que no estudiaron, porque creen que, si hubiesen estudiado, ahora podrían aspirar a algo mejor. O puede que la conclusión no sea lógica y simplemente todo sea fruto de la suerte y nada más que de la suerte.

Ahora, la pregunta del millón: ¿Queremos que nuestras calles las barran individuos que han obtenido dicho puesto de trabajo por tener una nota de corte más alta? ¿Las calles estarán más limpias? ¿Las personas con mayores estudios, ensucian menos?

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