Volviendo
hace un momento del trabajo, al desviarme de la autovía hacia mi casa por la
salida de costumbre, he visto, como cada mañana que me toca volver del turno de
noche, al camión de la basura. Aparcado en doble fila, con las luces de
emergencia activadas y los empleados desayunando. El mismo sitio. La misma
hora. Me parece estupendo. Diría que es muy saludable empezar el día con un
buen desayuno, pero me da a mi que lo que hacen es dar la bienvenida al fin de
su jornada. Como yo, pero llenando el buche en vez de escribir (si se tercia,
que no todos los días tiene uno el cerebelo para calambres) El caso es que me
ha venido, de repente, la voz del maestro echándome el puro por no estudiar. No
ha sido una voz concreta, ni un momento en el tiempo que pueda ubicar con
exactitud, porque de hecho diría que no ha sido un recuerdo, sino un
pensamiento forzado por la situación. Probablemente primero ha sido todo un
proceso mental reducido a una fracción de segundo y que se ha transformado en
esa imagen a modo de resumen audiovisual.
Ha sido
una fracción de segundo cargada de la más burlesca de las ironías. La de veces
que los barrenderos habrán sido puestos como ejemplo de lo que nadie quiere ser
en la vida y lo envidiados que podrían llegar a ser ahora mismo para una gran
cantidad de personas en este país. Hay que joderse. Con perdón.
Pánico
hemos sentido de niños cuando el profesor o nuestros padres nos decían aquello
de “¿Es que quieres ser un barrendero?
Pues si no estudias, no vas a ser mas que eso”.
Infinitas
veces me imaginé a mi mismo disfrazado con un mono reflectante amarillo que me
quedaba enorme porque no había tallas para niños que no querían estudiar,
paralizado ante mi “yo” adulto, que posaba en mí una mirada inquisidora y llena
de reproche. Me pregunta, sin articular palabra, cómo pude permitir que ambos
llegásemos a ese punto. Una ligera negativa de mi adulta cabeza con la mirada aún
fija, me deja claro que no hay nada peor que decepcionarse a uno mismo.
Y ahora, unas cuantas noches de fiesta después, resulta que no sólo conseguí poder aspirar a algo “mejor” (las comillas profesan respeto), sino que algunos de los que jamás pensaron que pudiesen temer algo así, darían lo que fuera por tener ese trabajo. Tanto estudiar carreras, masters y módulos para envidiar la sencillez del que dobla el espinazo y se gana el pan con sus manos. Atrás quedó aquel famoso “Si no estudias, no serás nadie”. Ahora se ha transformado en un “Se alguien y ten la suerte de encontrar un buen trabajo”. ¿Estudiar? Diría, más bien, adquirir conocimientos. Hay una sutil diferencia y es que una implica un esfuerzo asociado a la privación. El otro, conlleva placer.
Y esto
me lleva a reproducir mentalmente el fantástico diálogo de una maravillosa
película:
- Lo más triste de todo es que dentro de cincuenta
años empezarás a pensar por ti mismo, y te darás cuenta de que sólo hay dos
verdades en la vida: uno, que los pedantes sobran, y dos, que has tirado 100.000
pavos en una puta educación que te habría costado un par de dólares por los
retrasos en la biblioteca pública.
- Sí, pero yo tendré un título, y tú servirás
patatas fritas a mis hijos cuando paremos a comer algo antes de ir a esquiar.
- Es posible, pero yo seré una persona de
verdad.
El
indomable Will Hunting.
Estudiar
o no estudiar. Esa es la cuestión. Lo que nadie se para a pensar es en la
finalidad del estudio. ¿Estudiamos para ser más competitivos, para ser mejores
seres humanos o para cobrar más dinero? ¿Por qué tenemos que decidir el resto
de nuestra vida cuando no tenemos autonomía ni para lavarnos la cara por las
mañanas?
Al
final resulta que da igual que hayas estudiado en su momento o lo hagas ahora
por placer. En ambos casos la conclusión lógica es la frustración. Los que
estudiaron y no tienen trabajo, porque probablemente se arrepienten de haber
elegido un camino que a la postre ha resultado el más trillado y, los que no
estudiaron, porque creen que, si hubiesen estudiado, ahora podrían aspirar a
algo mejor. O puede que la conclusión no sea lógica y simplemente todo sea
fruto de la suerte y nada más que de la suerte.
Ahora,
la pregunta del millón: ¿Queremos que nuestras calles las barran individuos que
han obtenido dicho puesto de trabajo por tener una nota de corte más alta? ¿Las
calles estarán más limpias? ¿Las personas con mayores estudios, ensucian menos?
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