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viernes, 11 de mayo de 2012

Eterna juventud, perpetua niñez.


Lo que los psicólogos del mundo han querido llamar Síndrome de Peter Pan, es lo que la sociedad actual suele denominar como fenómeno “friki”. Aunque este término en realidad sólo sería aplicable a un fragmento del síndrome y viceversa, ambos son un complemento del otro.
Dicho fenómeno se ha gestado en la generación de los nacidos en los años setenta. Herederos de los juegos sencillos y del uso de la imaginación, vimos cómo nuestros hermanos pequeños, primos o sobrinos se desenvolvían en la nueva ola de videojuegos. De modo que, pasamos de realizar actividades físicas a querer apretar un botón, pero al mismo tiempo seguíamos manteniendo el contacto con el mundo exterior. Hemos sabido combinar la magia de los juegos al aire libre, los videojuegos y otras formas de entretenimiento. Una de esas formas podría ser llamada a coronarse como máximo exponente del frikismo: los juegos de Rol. Sentarse alrededor de una mesa y dejar volar la imaginación, dejando que el azar decidiese el siguiente paso que tu personaje se vería avocado a dar. Lo que antes era objeto de preocupación por parte de los progenitores se ha tornado prácticamente un deseo de las generaciones de padres actuales, que ven cómo sus hijos vierten su tiempo frente al televisor. Tal vez depende del tipo de padres y este problema se pueda enfocar de una u otra manera para poder llegar a un consenso educativo. A mi personalmente me resultaría inviable negarle a mis hijos el acceso a la videoconsola cuando reconozco ser un seguidor de este tipo de entretenimiento. Eso sí: de forma comedida. Tal vez lo mejor sea sentarme junto al crío y disfrutar de partidas conjuntas. De ese modo puedo ganarme la autoridad para apagar la consola y al mismo tiempo disfrutar de su tiempo de juego a su manera, que a todas luces es lo que para los niños realmente cuenta.  

Diferentes sucesos de novela negra hicieron que los juegos de rol se cuestionasen como método de entretenimiento, ya que podían ser refugio de adolescentes desequilibrados o mentalmente inestables. El tiempo y la cordura han revelado la realidad plausible que demuestra que una persona desequilibrada o inestable busca o encuentra refugio en cualquier parte y lleva consigo el peligro de la obsesión. Que aflore la violencia sólo es cuestión de tiempo y nunca será justo culpar el desencadenante. Lo que tal vez nadie se para a pensar es que, probablemente, este tipo de juegos o cualquier tipo de válvula de escape que alguien quiera usar sea precisamente el instrumento para que el desequilibrio nunca llegue a desbocarse.
Lo único que cambia es el objetivo a culpar y el jurado inquisidor, que cambia con las generaciones. Cada generación tiene su “culpable” y los juegos de rol fueron en los años noventa como los videojuegos violentos lo son ahora.
El tema de Rock y el Heavy Metal es universal para cualquier generación. Si en un juicio el fiscal demuestra que el acusado y “presunto” es jugador, véase de rol o de videojuegos pero, como añadido, suele escuchar Heavy Metal de forma regular, directamente se considera que a la fuerza tiene que ser culpable de algo y, por tanto, se le condena. Mediática o jurídicamente. De eso no te libras. Y, por lo que más quieras, que no se descubra que el susodicho está en posesión de algún disco o camiseta de Cannibal Corpse o Cradle Of Filth…

Lo curioso es que anteriores generaciones que han participado en juicios de valor y decían estar preocupados por el futuro de sus hijos, ahora sienten pánico por la educación de sus nietos. Se encomiendan a quien haga falta para que sus amados hijos puedan inculcar el valor que tiene sentarse alrededor de una mesa con unos dados de formas geométricas a las que les encantaría poder poner nombre. Claro ejemplo de frikismo es saber que un dado de veinte caras se llama Icosaedro y es un poliedro, al igual que el resto de dados usados y que los jugadores guardan como auténticos tesoros. Esta información, aparentemente superflua, dota al friki de conocimientos de cultura general que convierten el conocimiento en fuente de inspiración vital. Son esos mismos frikis los que pueden decirles a los abuelos que en la Wikipedia tienen toda la información a su alcance y ahí pueden empezar su viaje todas partes. Un mundo lleno de conocimiento está ahí, aguardando a ser descubierto.
Se suele afirmar que el conocimiento del que hacen alarde los frikis es superfluo, pero no creo que el conocimiento se pueda considerar superfluo, sino el uso que se pueda dar de él. Que se lo digan a nuestros padres y a su habilidad para recitar los reyes godos del tirón.
Reproducir con uno o varios amigos la escena de Monty Python de “Los caballeros que dicen NI” podría decirse que es de obligado cumplimiento, ya que fue el humor absurdo de este grupo cómico inglés uno de los precursores del movimiento friki. Tan importante es que, incluso Los Simpson, dedican un episodio a este trascendental fenómeno en el que se parodia dicha escena con unos empollones que instigan a Homer con el famoso ¡¡¡Ni, Ni, Ni!!!. Almáciga, arenque… palabras eternas, sin duda. En los tiempos que corren, una escena muy recurrente es la que porta la frase de “¿Ven ustedes la violencia inherente al sistema?” Y es que los gags de Monty Python son desternillantes y prolíficos a partes iguales.
Seguro que cualquier padre preferiría que sus hijos viesen películas de humor inteligentemente absurdo y absurdamente inteligentes, antes que observar cómo sus vástagos se desternillan viendo programas de la telebasura. Pero si somos honestos, sólo los padres que se preocupan porque sus hijos no vean telebasura son los que consiguen que sus hijos no vean telebasura. Si bien es cierto que la oferta televisiva es bastante floja, por mucho que el Gobierno y distintas entidades antipiratería se empeñen, Internet nos ha dotado a los frikis de un verdadero manantial de ocio y cultura reunido en un mismo monstruo al que lo último que querríamos sería vencer a golpe de dado.

Lo más curioso es que haya tanta gente que se identifica con el fenómeno friki. Se podría hacer un estudio al respecto, y no voy a ser yo quien se encargue de hacerlo: mi frikismo se reduce a la música, el cine, las series, leer, escribir y procurar por todos los medios que mi hija no sea otro ladrillo en el muro. Cosa que, me temo, tendremos que hacer en solitario, ya que la educación como institución a nivel gubernamental está sumida en las más profundas tinieblas. No me queda tiempo para hacer estudios, aunque el tema me resulte interesante. Tengo que comprobar si hay disponible algún capítulo nuevo de The Big Bang Theory.
Siempre preferiré que me llamen “friki” a que me identifiquen con… dejémoslo en algo genérico: con la tele.
Me despediría con la recurrente frase de "Me voy a actualizar mi blog", pero es evidente que acabo de hacerlo.

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