Paleto es el insulto de la España del siglo XXI. Es el
insulto por excelencia porque, si algo goza en este momento de la hegemonía en
este nuestro país, es precisamente este insulto.
En España, donde insultar es el deporte más practicado y
estudiado (el más seguido es el fútbol, a Dios gracias), la palabra “paleto”
tiene un cariz que otros no tienen y es que se ha extendido cual virus que consigue
acceder a cualquier rincón inaccesible. Al no ser una palabra que haya llegado
a caer en desuso, su etimología y significado carece de ambigüedad, a la par
que no es necesario haber tenido que consultar demasiados libros para llegar a
dominar su uso y, por tanto, no es exclusivo de un determinado estatus social. Esto no quita que leer libros sea algo bueno y, si por un casual esto lo están leyendo niños, desde aquí me comprometo a fomentar la lectura, algo que sin duda estoy haciendo al escribir.
Paleto es una
palabra que usa cualquier individuo para desvirtuar los argumentos del otro. No
importa la raza, credo o condición del consumidor: basta con articular la
palabra "paleto" y, automáticamente, la contienda dialéctica esta
ganada. Lo bueno de este insulto es que no importa el carácter de lo que estés
defendiendo porque, si tras un largo periodo de tiempo tratando de defender tus
argumentos, tu adversario no claudica, sólo es necesario sacar el comodín de la
palabra mágica para, como mínimo, mermar la capacidad locuaz del que trata de
defender sus ideas, opuestas a las tuyas. Si su experiencia en la retórica no
es muy ducha, con toda probabilidad no haya necesidad de gastar mucha más saliva. Si es
alguien como, por ejemplo, un político experimentado o alguien con un gran
dominio de las letras, hay que andarse con cuidado, porque hacer uso de este
comodín en dichas circunstancias es como herir a una bestia. En toda contienda hay
que medir al contrincante antes de ejecutar la estrategia.
La puntilla, para humillar completamente a la oposición en
el primero de los casos anteriores o para abrir la caja de Pandora en el
segundo, es utilizar la coletilla “casposo”.
Un contrincante inexperto se pondrá rojo, estallará lleno de cólera y perderá
los papeles. Otra opción es que se retire al rincón más cercano y solloce hasta
quedarse dormido bajo sus propias babillas. Estas reacciones dependen de su
propensión a la violencia.
Si por el contrario es un digno rival y domina el arte de la
palabra, la oratoria y es vehemente al defender sus principios, depende de ti
retirarte con cierta dignidad poniendo un punto y final a tu exposición y
abandonando el lugar con premura.
Si en algo somos expertos en España es en estar
completamente estancados en antiguas tradiciones, que defendemos apelando al
arraigo. Criticamos cualquier cambio y nos negamos categóricamente a copiar
algo que venga de un país extranjero si con ello podemos mejorar como sociedad.
Si es algo negativo, pero a alguien le reporta beneficios, entonces lo
abrazamos y lo hacemos nuestro, porque criticarlo y combatirlo pasa a ser una
actitud que tildan “de paletos” para
aplacarnos y, como no queremos ser paletos, nos quedamos quietos y sollozando
en un rincón.
De este modo, llevamos oyendo aquello del “Sistema educativo
finlandés” desde prácticamente el inicio de la democracia. Noruega encontró
petróleo en los años setenta y el estado, de forma automática, se apropió de
los yacimientos para crear una sociedad mimada hasta el hartazgo. En 2005 se
presentó ante el parlamento una propuesta para que el sueco fuera declarado el
idioma oficial del país, pero finalmente fue rechazada y tener un total de seis
idiomas oficiales en una población de poco más de nueve millones de personas no
les supone un problema. Islandia… bueno, me callo, no vaya a ser que me tilden de paleto con tanta comparación.
Paleto es todo aquél
que pretende cambiar las cosas o el que queda estancado en el pretérito; es
aquél que observa un lienzo en blanco, colmado de admiración y el que no ve
nada especial en su vacío.